El menda que escribe

Vivo en Valladolid, la ciudad donde nunca pasa nada.
"Se que no debería, pero me voy a tomar otra copa."

martes, 6 de marzo de 2012

Los restos del naufragio

El vinilo giraba, cierto, pero el único sonido era el de la aguja dando vueltas una y otra vez en el extremo interior del mismo, puesto que hacía mas de dos horas que ningún sonido salía ya de aquella habitación.
La ventana, abierta de par en par, dejaba entrar, generosa, el viento primaveral que convertía a las cortinas en dueñas de la habitación con sus insolentes vaivenes.
Estas, amarillentas por el sol y los años ondeaban como las velas de un galeón desgobernado y ciertamente la imagen no se distancia mucho de la realidad. La habitación es un naufragio. Con todo lo terrible que ello conlleva.
A través del vetusto balcón de madera se divisaba tras el balcón de hierro forjado, del Ayuntamiento de Valladolid y la Plaza Mayor, tiovivo incluido afanándose por sobrevivir un día más.
Más de una veintena de velas estaban esparcidas por toda la habitación, la última de ellas apagada en ese mismo instante, dejando una finísima línea de humo que rápidamente se disolvió. El último canto del cisne.
En el sofá, derrumbado de cualquier manera, un cuerpo. Inerte y con una grotesca mancha de espuma en la boca terminaba de pintar el cuadro.
Sobre su camisa de cuadros rojos y negros, se distinguían copiosos restos de coca.
Siempre dispuesto a buscar pelea, siempre buscando la próxima luna llena. Siempre en el alambre. Tocado y hundido.

Acompañado solamente por su ginebra favorita se había largado, sin mirar atrás, con un último corte de mangas. Y había dejado un bonito cadáver, como mandan los cánones.
En el camino, siempre polvoriento, no quedaba nada que no se hubiera visto antes. Amor, desamor, libros y canciones.
Uno diría que las personas nunca deberían cansarse de soñar pero a veces el cielo pesa demasiado y las estrellas huyen despavoridas.

Ruido de botas resonando en el pasillo, están dentro. El carcomido suelo de madera revela su localización sin lugar a dudas. La puerta se viene abajo y vuelan astillas por todas partes, el irónico remanso de paz se desvanece para no volver jamás. Dos mujeres y un hombre ataviados con los colores del 112 y maletines de primeros auxilios invaden la estancia. Todo se vuelve confuso y acelerado. Gritos. Intentos de reanimación infructuosos. Maldiciones. Es jodidamente tarde para ellos pero no para el muerto cuyo reloj se paró con los últimos acordes del polvo blanco en su sistema nervioso y con una sobredosis de Jaegger en el tocadiscos.
Su pupila refleja fielmente como la superficie de un pulido espejo de obsidiana el desaliento de las tres personas que se dan por vencidas y bajan los brazos.

Uno diría que las personas parecen divertirse cometiendo el mismo error una y otra vez… y además a veces cielo pesa demasiado y ni siquiera hay estrellas que contemplen la caída de los dioses.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Helsinki

La viva imagen de la incertidumbre caminaba arriba y abajo en el pequeño aeropuerto de Villanubla. No parecía llegar a los treinta y se acompañaba de una minúscula maleta y una mochila con pinta de haber recorrido muchos kilómetros junto a su dueño.
Miraba en todas direcciones, nervioso. Indudablemente esperaba a alguien. Desde las grandes cristaleras se veía, entre una aún tímida niebla, las luces de un avión parpadeando al tomar posición para despegar. La noche empezaba a caer irremediablemente y la sensación de soledad crecía de tal forma que encogería el corazón del más valiente.
El muchacho tragaba saliva con la mirada fija en las agujas del reloj, como queriendo detenerlas con la mirada. En sus pupilas, si uno se fijaba bien, podía verse, una carretera oscura, cuyo final nadie atisbaría nunca.
Cerraba los puños una y otra vez, espantando momentáneamente la tensión que se apoderaba de él. Cuando dejaba ver de nuevo las palmas de las manos, el recuerdo de sus uñas incrustadas en la piel se reflejaba por unos instantes en forma de diminutas cicatrices blanquecinas que desaparecían rápidamente.
Una voz metálica le sacó de su repetitivo ritual. “El vuelo Valladolid-Villanubla, con destino Helsinki-Vantaa cerrará el embarque en veinticinco minutos”.
¿Dónde se había metido?

La  habitación estaba a oscuras y solo podía intuirse una silueta femenina, recortada por la tenue luz de un par de pequeñas velas. Sentada en la cama, con las manos en el regazo, inmóvil y con un enorme dolor de cabeza miraba sin pestañear su maleta, situada en el centro de la estancia. Encima de esta, un billete de avión a Finlandia y toneladas de angustia esperaban una resolución que no podría demorarse mucho mas.
En su mesilla de noche, la oscuridad se rompía por culpa de su despertador, que reflejaba desapasionadamente la hora con esos horrendos números rojos que parpadeaban uniformemente, ajenos al drama que allí se estaba desarrollando.
Respiraba aceleradamente, sopesando por enésima vez cada aspecto de aquella trascendental decisión. Su corazón y su cabeza habían desenvainado y la lucha sería a muerte.
Se incorporó, despacio, y cerró los ojos, intentando calmarse. Intentando ver ese sendero que él parecía ver tan claro y que a ella sin embargo se le resistía.

Largo tiempo habían debatido acerca de aquello. -¿Ida y vuelta? –No, solo ida.- Había dicho él hacía dos días al comprar los billetes junto a ella. Nada les retenía en Valladolid pero aquel salto era al vacío.
¿Estaban decididos a hacerlo? En absoluto. Fruto de ello habían discutido; una vez más; la mas amarga de todas.
La voz del muchacho sonaba desesperada. -No voy a dejar escapar este avión, no puedo permitírmelo. Escúchame.- Decía agarrándola de los hombros. –Escúchame; te estaré esperando, y ójala aparezcas porque si no estás allí, tendré que irme. Si no estás allí tendré que irme sin ti, y no miraré atrás porque no tendría el valor de hacerlo y no verte. ¿entiendes?- No obtuvo respuesta.

En un solitario y frío aeropuerto, él aprieta los dientes y cierra los ojos con fuerza, tratando de contener lo incontenible.
En una oscura habitación ella aprieta los dientes y cierra los ojos con fuerza, tratando de contener lo incontenible.
Un avión despega, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

domingo, 15 de mayo de 2011

La chica del callejón

Desde la puerta trasera miraba el tráfico. El gilipollas del encargado no estaba y tenía que aprovechar esos momentos para fumarme un piti. La flamante entrada de la pizzería no tenía absolutamente nada que ver con el callejón donde me encontraba y desde el cual, se podían ver pasar los coches por la diagonal del Paseo Zorrilla. Por allí a esas horas empezaban a desfilar niños, apenas adolescentes que exaltados proclamaban su presencia intentando erigirse reyes o reinas de su manada. Niños de papá.
Aparté la mirada del interior del local. Supongo que visto desde fuera la situación no debía ser muy atrayente. El callejón estaba totalmente a oscuras salvo por la luz que salía de la cocina de mi puesto de trabajo. Ver una silueta recortada en forma de chica desaliñada con un cigarro en la comisura de los labios no debía ser muy erótico. No me importaba. Era un momento de evasión al que no me era posible renunciar y en mi mente se repetía insistente el sonido de las olas de cualquier playa, lejos de aquí.

Un ruido sordo me despojó de mis pensamientos. Levanté la cabeza; uno de los repartidores acababa de detener su moto delante de mi. Me sonrió con su cara vulgar llena de granos. Ni siquiera le miré mientras entraba al local. ¿Era aquello lo mejor que podría llegar a conseguir? ¿A esto se resumía todo? Estaba cansada de todo, lo cual era preocupante teniendo en cuenta que no había cumplido los 25. Bajé de nuevo la cabeza para encontrarme mirando mi propio calzado, no era necesario continuar. Me sabía el cuento de memoria: Unos playeros gastadísimos, un pantalón rojo increiblemente feo, cortesía de la empresa, un polo blanco corporativo de esos que tienen gomas en las mangas y el pelo recogido en una coleta que coronaba con una estúpida gorrita a juego con el pantalón. Me terminé el cigarro y lo tiré a la oscuridad del callejón antes de alzar la vista y mirar al cielo. Misión fallida; desde aquí no se divisaría una sola estrella ni la noche mas despejada que pudiese soñar. Aquel ciello urbano, delimitado a ambos lados por los tejados de los edificios que dibujaban los flancos del callejón, no dejaba muchas opciones.
Suspiré mirando de nuevo las luces de los coches, que raudos pasaban ante mis ojos y entre ellos y yo, ocupando la ancha acera, gente charlando, parejas, abuelos a los que se les iba la vida en cada paso... todos pasaban ante mi, sin saber que eran observados durante décimas de segundo. Durante ese pequeño lapso en el que cruzaban el trozo de calle que veía desde el callejón.

Tres gatos derribaron unos cubos de basura en la oscuridad del callejón, seguramente buscando restos de comida del día anterior. Un par de maullidos indicaron que no se consideraban amigos entre ellos y finalmente les ví encaramarse a los tejados para posteriormente desaparecer de mi vista.
Aplasté la colilla de cigarro que aún conservaba el destello anaranjado anunciando sus últimos estertores y me giré sobre mis talones no sin evitar cegarme ligeramente con la luz sucia de la cocina. Me acerqué al mostrador antes de permitirle a mi mente comenzar el viaje. Una vez allí y en cuestión de segundos, mi cerebro volaba alto, recorriendo cualquier rincón desconocido de mundo que nunca conocería. "¿Buenas noches, que pizza desea tomar?"

lunes, 10 de enero de 2011

Perdedores´s road

Alexander tiene un ligero sobrepeso, dos cicatrices en la frente y unos ojos grises como el báltico. Todos le llaman "el ruso", a pesar de que es de algún lugar del sur de Ucrania. Vino a España hace 15 años y le conozco porque frecuentamos los mismos bares, supongo, bueno y porque trabajo para él. El ruso lleva una agencia o tienda o lo que sea de coches usados, la tiene en la entrada del Polígono de Argales, nada mas pasar la vía, al lado de una gasolinera. "La puerta de atrás del Paseo Zorrilla" dijo una vez el ruso. El sitio es francamente deprimente, tiene ese aire decadente de concesionario de segunda mano típico de los norteamericanos; con banderolas triangulares de colores, carteles de cartón sobre las lunas de los vehículos y un globo aerostático que hace años que no veo inflado. Desde la calle, donde tiene aparcados una veintena de chatarras andantes, en el patio delantero sin asfaltar se ve la oficina a través de la cristalera. Allí está siempre de un lado a otro, con su eterna camisa blanca llena de mierda por fuera del pantalón. Como secretaria tiene a su hija, Svetlana, que rondará los 20 años. Es la típica belleza caucásica, rubia, alta, delgada, facciones duras... 
Al parecer su madre (la mujer del ruso) era una golfa. Siempre se ha rumoreado que el ruso la cazó con otro en la cama y les propinó tal paliza que se los cargó en el acto a los dos. Dicen que por eso vino a España. Él siempre dice que fue por el clima. Ya, claro. De cualquier forma, es un buen tipo, aunque le guste ir de tipo duro e impenetrable. El típico ruso matón... pero no es así, mas de una vez le he visto sentado a oscuras en su despacho con una botella de Smirnoff a medias y llorando a moco tendido escuchando en un viejo tocadiscos esa vieja balalaika que luego versionaría Dolly Parton y que a España llegó con el nombre de "que tiempo tan feliz".
A juego con todo esto, el cielo gris es una constante en el concesionario, es como un plus de penosidad. Vivo en frente, por detras del edificio del Centro Madrid, y desde mi casa veo el concesionario, asíque cuando veo al ruso acercarse a abrir la verja, me visto y salgo a la calle. Ayer llovió durante toda la noche y el asfalto, que está hundido por numerosos sitios, provoca que todo se llene de charcos y de barro. Cruzo la vía sin mirar (es una vía de apoyo que sale de la estación y no se a donde coño lleva, pero casi nunca pasan trenes) y saludo con la cabeza a Miguel, el gasolinero, que me saluda desde la acera de enfrente. Es pelirrojo y todos le llaman Mike. Cuando puede, da de comer a un famélico perro que ronda por los alrededores que se parece a ese perro marrón de los Simpsons. No aparece todos los dias y siempre pienso que nunca le volveré a ver, pero siempre aparece una vez mas, hoy mismo le veo acercarse a lo lejos, cojeando ligeramente. Eso es todo, no hay mas, ni policias ni tiroteos, ni aventuras. Simplemente un grupo de seres humanos que día a día se afana en sobrevivir, entre charcos de agua sucia, un cielo gris y el frío que hace en las profundidades de la mediocridad.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Suspicious minds

Bajaba a sabiendas de lo que me iba a encontrar, no puedo evitarlo, me encanta ese bar. No se si hay muchos bares así en Valladolid, pero ciertamente, este era mi favorito. Lleva ahí, en la plaza de la Universidad toda la vida. Apenas se le ve la puerta, encajado como está entre dos bloques de edificios. En el cristal de la entrada puede leerse en mayúsculas la palabra JAZZ. Casí todos los jueves despues del trabajo, a eso de las 11 me paso por ahí, unas veces solo y otras acompañado. Ciertamente ha sido un jueves jodido, llevo la chupa al hombro cuando empiezo a bajar las escaleras que llevan a la barra, todo el bar está como bajo el nivel de la calle, lo cual ayuda mucho a la hora de ambientarlo como el dueño quiere.
Una vez abajo, te innunda una luz aurea, que se refleja en un par de espejos que hay en una de las paredes... en realidad casi todo el bar está decorado con madera, creo que eso magnifica el color amarillo brillante que llena el local. Se oían los primeros compases del I´m on fire de Springsteen.
Un chico de veintipocos años choca levemente conmigo mientras voy a la barra, lleva una copa en cada mano, apenas le presto atención mientras se sienta al lado de una mujer. Tell me now baby is he good to you...Can he do to you the things that I do...I can take you higher...ooooh i´m on fire. Que grande Springsteen.
Un camarero pasa entre las mesas redondas, tienen una pequeña lamparita en el centro de cada una de ellas. Por allí va el chico, despachando bebidas, depositándolas con mimo desde su bandeja plateada. Es alto y delgado, pero se mueve agilmente, incesantemente entre la barra y las mesas.
Marissa, una de las camareras de la barra,  hija del dueño, me pregunta que quiero tomar.
-Jack Daniels.- La respondo secamente.
-Tienes mala cara, ¿te pasa algo?
-No, nada especial, ultimamente no duermo muy bien.-respondo.
-Te traeré tu whisky. Dice sonriéndome.
Es realmente guapa y creo que le gusto, además,  ella está saliendo con el típico gilipollas que no la hace ni puto caso. Se da la vuelta para mirarme desde el otro lado de la barra, genial, creo que me ha cazado mirándola el culo. Ella sigue sonriendome, ella manda, y lo sabe. Aún conserva ese aire cándido de la universidad, bueno creo que está en el último año, no estoy seguro.
Por fin me trae el whisky, su mano roza la mía alrededor del vaso, como por descuido; lo ha hecho a propósito, estoy seguro. Le doy un tiento al Jack Daniels solo con hielo mientras miro las botellas de la estantería. Están iluminadas desde abajo con la misma luz que el resto del local, y despiden reflejos que se pierden de camino al techo.El dueño del bar sale de la puerta de la cocina, me saluda desganado, es un estúpido. Sale de la barra y se dirige al fondo del bar fumando un Ducados. Me doy la vuelta y apoyo los codos en la barra, con el whisky de la mano, ya se lo que viene ahora.
El viejo se sienta detras de un piano, deja el cigarrillo en un cenicero encima del mismo y empieza a tocar, lentamente, notas sin sentido aparente, nadie le hace caso. al fin y al cabo esa parte del bar está en penumbras. A los pocos minutos el camarero que trajinaba entre mesas se acerca a la barra y deja allí la bandeja. Va hacía el piano también; se seca, mientras camina, las manos en el mandil negro; se lo desata y se lo quita, dejándolo en un taburete. Para cuando llega al pequeño escenario, tres pequeños focos se han encendido a su alrededor y la gente se ha girado hacia ellos dos. Por fin se coloca detras del micrófono y  la música del local desaparece. Como todas las noches, lo primero que dice cuando abre la boca es: "Hola, quizas me recordareis porque os he servido copas hace un rato...y ese del piano es mi jefe" entonces, también como cada noche, el viejo empieza a tocar en su piano las primeras notas de Suspicious Minds, de Elvis Presley.

martes, 14 de septiembre de 2010

Corre pequeña

Una mujer delgada, morena tanto de piel como de cabello, de treintaipocos años huía, corriendo, derribando a su paso camareros y mesas por igual. Se alejó corriendo en dirección Fuente Dorada. Lloraba desconsoladamente y tenía un arañazo en la cara. En su expresión se leía nitidamente que escapaba. Escapaba del mundo y de todo lo que contiene. Un par de policias que rondaban por allí la interceptaron y ella se rindió despues de un breve forcejeo; comprendió que ya todo daba igual. La miré a los ojos mientras pasaba a mi lado escoltada por los dos policias; ella me miró, pero no me vió, sus ojos estaban vacios, muertos, nunca he vuelto a ver una tristeza tan profunda.

Habían recorrido casi mil kilómetros la noche anterior, huyendo. Hablaban nerviosas entre ellas, tenian un marcado acento gaditano y no sabian como demonios habian acabado en el Hotel París, un antiguo y céntrico hotel, con ese discreto encanto de capital castellana. Unicamente el azar las había traido a Valladolid.
-Si este hotel fuera una persona sería Concha Velasco.-dijo una de las mujeres para aliviar la tensión.
Apenas sonrieron, porque desde que salieron de Cadiz sabian que estaban sentenciadas. Era cuestión de tiempo que las encontrasen, y como ambas bien sabian, en los dos maletines de piel que llevaban como único equipaje, había bastante menos de 3 millones de euros, que era lo necesario para saldar la deuda.
Se besaron, la luz entraba sucia por las rendijas de la persiana, dejando la habitación en penumbras. Se veía cada molécula de polvo flotar, iluminada con la luz dorada del atardecer. Se alojaban en la habitación que hace esquina, en el último piso, preparadas para lo peor.
 María, la mas fuerte de las dos fué la que separando sus labios dijo con voz ronca: vete.
Aquella única palabra sonó como un trueno en la mente de Priscilla, la otra mujer,  delgada, de treintaipocos, morena tanto de piel como de cabello.
-Sabes lo que pasará si nos encuentran, lo sabes.... pero ellos no saben que tu también estas implicada, ellos creen que estoy sola. Solo vivirás si huyes... y yo quiero que vivas.
Ni siquiera en ese momento la dijo "te quiero", María era una mujer dura, muy dura y ese iba a ser su último acto de amor.
-Coge la chaqueta, sal al pasillo, cuenta hasta veinte y vete, no se te ocurra volver Cilla. No me jodas ¿eh?
Priscilla cogió su chaqueta vaquera de un viejo mueble rococó y sin mirarla se marchó cavizbaja hacia la puerta.
-No habrá puesta de sol en Miami María.-dijo Priscilla con voz llorosa.
-No, al menos no para nosotras...adiós pequeña.- contestó María.
Priscilla tenía agarrado el pomo de la puerta, pero estaba inmovil, no movía ni un músculo de su cuerpo. Estaban de espaldas la una y la otra. Finalmente y con mano temblorosa, Priscilla abrió la puerta y se marchó.
María sonreía tristemente -estuvimos a punto Cilla, casi lo logramos-
El pasillo tenía moqueta roja y era estrecho, Priscilla sentía que la faltaba el aire, era una sensación angustiosa, pero tenía que hacerlo, estaba locamente enamorada de ella pero tenía que irse, asique empezó a contar lentamente, apoyada en una de las paredes... 1,2,3,4,5,6,7...8.........9..............10,11..........12.....pero no pudo más, rompió a llorar y se marchó escalera abajo, dejando en el suelo su chaqueta vaquera favorita; regalo de María.
En la habitación, María se preparaba un Ron con limón, había dejado el grifo de la bañera abierto, llenándose.
Cuando terminó de preparárselo, se desnudó dejando la ropa en el suelo y se dirigió con la copa en la mano a la bañera de porcelana llena de agua tibia. Pasó mas de media hora en la bañera, saboreando el ron, notando como bajaba por su garganta. Una vez terminado dejó el vaso en el suelo, se metió una pistola en la boca y apretó el gatillo.

domingo, 5 de septiembre de 2010

El boxeador

Es domingo, normalmente a las siete de la mañana estaría o bien en mi cama durmiendo la resaca o bien en cama ajena. Pero no, esta semana es diferente, el viernes hay velada y por eso me estoy mojando cruzando un lluvioso Puente Mayor.
Tengo 32 años y como todos los boxeadores de mi generación crecí con las pelis de Rocky asíque no es de extrañar que lleve un chandal gris, capucha incluída. Septiembre es una mierda, ayer mismo hacía un calor de mil demonios, pero hoy, con el cambio de mes ha amanecido completamente nublado el cielo de Valladolid. La temperatura no es mala, pero una lluvia fina cae, despertando perezosamente a la ciudad, que a estas horas aún es reticente a ponerse en marcha un día más. Dos borrachos pasan a mi lado, supongo que su mayor objetivo en la vida ahora mismo es alcanzar su casa y la comodidad de sus camas. Me dejan un pestazo a ginebra cuando nos cruzamos.
La cosa es hacerme una hora de footing, rodear las Moreras, el Poniente y volver a casa. Esto es un desastre, estoy kilo y poco por encima del peso pactado... es mi primera velada en 3 meses, asíque tengo que tener un aspecto aceptable. Empiezo a jadear, tengo los playeros empapados, paso de esquivar los charcos. Una vieja me mira con cara extraña, está paseando a su perro versión miniatura, con un estúpido jersey de rombos morados. Sonrío.


-¡No te esperábamos hoy por aquí!.
Los chicos me saludan cuando me ven entrar en el gimnasio. Siempre he odiado los macrogimnasios tipo el Palero, de acuerdo, tienen las mejores instalaciones, pero todo es demasiado... no se, hecho en serie, productos sin personalidad, números sin más. Por eso nunca me he movido del viejo gimnasio King Kong de mi barrio. Un viejo edificio de ladrillos pintados de blanco con esas ventanas alargadas que abarcan los dos pisos que tiene y un letrero con el nombre en vertical, de esos que se iluminan por las noches. No tiene piscinas ni saunas con baños suecos ni mariconadas, pero se respira el auténtico ambiente de gimnasio, no se... no se como explicarlo mejor, pero me encanta ese lugar.
-Tienes que machacar a ese hijoputa. Me dicen los chavales, me reconocen por un cartel en blanco y negro que hay en la entrada, "Gran velada boxística, Cañón Estevan contra Eulogio Romero". Me llaman cañón desde pequeño, no tiene nada que ver con el boxeo, pero para esto, supongo que es un apodo acertado.
No falta el capullo que me dice que tiene María. -Tío no me jodas, boxeo el viernes.
Salgo de allí con la bolsa de deporte al hombro, sigue lloviznando, tooodo el cielo grisaceo, como una capota que cubre la ciudad. Supongo que el verano se ha terminado, pienso.
Miro mi decrépito Renault 12 que alguna vez fué de color granate, supongo que es lo mejor que puedo esperar... al fin y al cabo nunca dí el salto al profesionalismo. Abro y tiro la bolsa al interior, sobre el asiento del copiloto. Un crucifijo cuelga del retrovisor y se balancea caprichosamente cuando empiezo a maniobrar para salir del aparcamiento. Parece que ha parado de llover, aunque el cielo sigue igual de tristón.


Me han dicho que el polideportivo está lleno, no me lo termino de creer, Valladolid no tiene una gran afición por el "noble arte", como dicen los periodistas cuando van de listillos.
La verdad es que estoy tranquilo, sentado en el banco de madera, en el vestuario, conozco al tal Eulogio, tiene veintitantos años y es buen chico... simplemente no tuvo suerte, es otro despojo como yo, ya solo podemos aspirar a hacer de sparring de algún chaval insolente que se crea el próximo Evandeer Hollyfield espoleado por algún viejales que se haga llamar mánager. 
Me gustan estos minutos previos, huelo el sudor y el ambiente cargado del recinto, las taquillas oxidadas, el público con la adrenalina a tope esperando, aún lejano, como si estuvieran a miles de kilómetros de mí. Oigo el jaleo de la pista, me llega amortiguado. Tengo la cabeza mojada, es un ritual, me la empapo, y me siento hasta que me llaman, es siempre igual. El grifo gotea, cada gota se siente por toda la estancia. Una cucaracha ronda por el rincón mas oscuro del vestuario hasta colarse por debajo de una taquilla. Del techo cuelga un fluorescente que dota al vestuario de una luz amarillenta que parpadea, acompañándola de ese característico zumbido de esa clase de luz.
Mi tío, que hace las veces de entrenador, entra con mis guantes atados y apoyados en su hombro izquierdo. -Vamos Cañón, te van a presentar, ponte los guantes.
Siempre que le veo así recuerdo su primer consejo, cuando yo tenía apenas 15 o 16 años: "Golpea mejor quién golpea primero". eso fué todo lo que me dijo.
Entonces en mi cabeza todo se ve envuelto en música clásica. Subo unas escaleras mientras el griterío crece y se oye cada vez mas cercano. Voy golpeándome los guantes entre si, respirando ruidosamente, inhalando y exhalando por la nariz con los dientes apretados y la boca semiabierta. De repente la luz me ciega unos instantes y aparezco por un vomitorio lateral, flanqueado por mi tío.Levanto el puño saludando a las 300 o 400 personas que hay en el pabellón y me santiguo, besando mi guante derecho. Un gordo bajito y con signos de calvicie vestido con un smoking muy remendado vocifera a traves de su micrófono y un par de chicas en bikini se contornean entre las cuerdas. Sobre mi espalda imagino las gotas de sudor resplandecer bajo los focos, como estrellas de neón. Vamos allá.

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